La tipografía invisible
Cae la tarde. Llueve. Te alistas a leer ese libro que tanto te han recomendado y estás dispuesto a disfrutarlo al máximo, así que te preparas tu café, te aseguras que el perro ya esté a punto de la siesta vespertina y prendes la lámpara que está junto a tu sillón favorito. Te acurrucas mientras repasas que el momento esté perfecto para dedicarle el resto del día a la lectura.
Arrancas. Sospechas que en cualquier momento la historia te atrapará y deberas sacrificar gran parte de la noche para avanzar lo más posible, sin embargo, al pasar la página 25 te sientes cansado, por alguna razón se te hace pesada pasar la página, ves la mancha de texto y comienza a percibirse más difícil. A la página 30 ya te estás poniendo de malas y a la 35 decides cerrarlo. El libro no te atrapó, la historia nunca acabó de arrancar y se te hizo compleja la lectura. Seguramente el libro no se volverá a abrir y terminará empolvado en el estante, arrinconado por otros títulos que sí te gustaron y terminaste.
Una persona común —por ‘común’ me refiero a que no es diseñadora— se creerá las excusas y culpará al escritor, a la historia, a la forma en que se cuenta, pero nunca al diseño. A menos que las páginas sean sumamente pesadas, con márgenes muy estrechos o violentamente encuadernado seguramente no se preocupará por entender que quizá todo haya sido culpa de la tipografía. Mal seleccionada, mal aplicada o mal cuidada.
Siempre he pensado que una buena tipografía es comparable con una calle. Cuando manejas del trabajo o escuela a tu casa, y debes pasar por muchas calles estrechas, con baches, topes y bachitopes, mal iluminadas y teniendo que esquivar gente, perros y bicis entre el tráfico de todos los días, tiendes a llegar más cansado, a veces hasta de malas, pero le echas la culpa a que tuviste un mal día, a que te hablaron feo o que tienes mucha hambre, pero difícilmente culpas a la calle, al frenar y acelerar cada 10 metros. Llegas a tu casa a ver quién te la paga, rara vez te detienes a pensar que fue la experiencia de manejar en calles maltrechas lo que te puso así.
Así funciona la tipografía, es una calle donde, si está bien pavimentada, ni siquiera lo notarás, solo llegarás a tu destino con la bandera ganadora de ‘sin novedad’. Al lector poco le va a importar si la fuente es neo-humanista y mucho menos si el eje de las x está muy bajo. Es más, si le preguntas no sabrá si la fuente tenía o no serifas. Si era buena, mucho menos, el lector puede centrarse en la historia, dejarse llevar por la palabras que se enredan para entretenerte de principio a fin.
En cambio, si la tipografía no funciona, cansa —sea por el tamaño, la interlínea, el ancho de columna, el interletraje y el rendimiento que ofrece— seguramente la culpa será de alguien más, casi siempre del escritor, pero en silencio el diseñador va cavando una tumba donde será el asesino silencioso, por no saber escoger una buena tipografía, serán muchos quienes cierren sus libros antes de tiempo.
Por eso, escoger una buena tipografía se vuelve desde un trabajo muy sencillo o muy complejo. Sabes que si escoges Minion o Times New Roman difícilmente te equivocarás, pero cuando empiezas a evolucionar y buscas una «más interesante», es cuando las decisiones puedan hacer que pierdas el control, pero los resultados serán exquisitos. Los ganadores serán tus clientes, tus lectores (sí, porque también son tuyos) y ese dominio de poner el tipo correcto en la página correcta te traerá la satisfacción de triunfar en silencio y sentar las bases de un diseño, sobre el cual puedas construir un mejor diseño editorial.
¿Cómo escoger una buena fuente para tu próximo proyecto? ¿Qué parámetros son dignos de ser tomados en cuenta? Tendrá que ser tema de un nuevo artículo. Para la siguiente.
Mario Balcázar Amador es diseñador gráfico con maestría en diseño editorial, profesor de tipografía y editorial en la Universidad Anáhuac y director de MBA Estudio de Diseño desde 1999. IG: @mbaestudio
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